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viernes, 8 de noviembre de 2024

TRIBUTO ALAIN DELON "ADIOS NONINO" (ASTOR PIAZZOLLA),

 




HOMENAJE DEL BLOG

ALAIN DELON ADIOS NONINO (ASTOR PIAZZOLLA)






ALAIN DELON MEMENTO MORI.









Las viudas de Alain Delon por Alicia Diaconú.

Diario La Nación de Argentina. 17 septiembre de 2024

La Argentina es un país donde el ingenio y el sentido del humor no dejan nunca de florecer. Cualquier acontecimiento se convierte en seguida en motivo de graciosos chistes, apodos y hoy, “memes”.

Me contaron que había un locutor de radio, gran amante del tango, Julio Jorge Nelson, a quien llamaban “la viuda de Gardel”, porque una vez muerto el Zorzal en el accidente de Colombia ( 1935), se pasaba todo su programa hablando de Gardel y pasando su música. Nadie parecía saber más que él sobre “el bronce que sonríe”. Se había transformado así en una suerte de dueño de la figura de Gardel, su hagiógrafo.

Esto suele ocurrir con algunas viudas reales de grandes figuras de las artes, las letras, los deportes. Se convierten en seguida en las que mejor conservan y difunden la obra de dichos ídolos, como si fuesen su propiedad.

La reciente muerte de Alain Delon ha sido un hecho que, a pesar de no ser totalmente sorpresiva dada su avanzada edad, produjo un terremoto en el grandioso edificio de los informativos internacionales. La figura del mítico actor francés era tan inmensa, tan expandida , que no había “viuda”. Por la simple razón de que sus posibles viudas reales ya habían fallecido y porque sus esposas eran todas las mujeres del planeta. Excluyendo a las jóvenes de hoy, creo que no había mujer en Occidente que no se derritiese de amor por él.

Alain Delon no tuvo propietaria porque fue propiedad de todas. De mujeres y también de varones. Era ese amor imposible, soñado, idolatrado, idealizado, que nos provocaba suspiros con sólo una caída de sus ojos azules. Todas nos habíamos licenciado y doctorado en Alain Delon, en sus personajes y en su vida. Decíamos que era “el más bello del mundo”. Un modelo de galán y un modelo de actor que, por su versatilidad, acompañó con sus más heterogéneos films tantísimos años de nuestra existencia.

Nunca vi semejante tristeza ante la desaparición de un artista. Pocas veces los medios dedicaron a nadie tanto espacio. Días y días volvimos a ver fragmentos de sus películas, pedazos de su biografía, sus preciosas parejas conocidas (Romy Schneider, Nathalie Delon, Mireille Darc) , sus hijos, sus perros, sus casas. Una amiga mía de París que trabajaba en cine y lo había conocido me comentó que era el actor más rico de Francia. Multimillonario.

Uno ya podía imaginar lo que sería (y será) el culebrón de su herencia, con hijos peleados entre sí, gobernantas echadas, etc.. La infancia y la adolescencia de Delon ocurrieron en la pobreza, en la violencia y la desdicha. Con padres separados a sus 4 años, fue expulsado de colegios religiosos e internados por mala conducta y, a los 17 años, se anotó como voluntario en la Marina, participando en la Guerra de Indochina. A su vuelta, vivió en barrios marginales de París, entre pandillas y delincuentes. Fue changador, camarero, camorrero.

Cuando yo llegué a Buenos Aires a finales de los ‘50 y su fama iba en aumento, se decía que el Conde Francesco di Ecli Negrini ( un italiano director de la lujosa revista de arte Lyra , afincado en la Argentina) lo había descubierto y le había abierto las puertas del cine mundial. Se contaba que el Conde afirmaba que “los ojos de Alain quemaban”. Amantes, amores de todo tipo… así llegó a lo máximo que un artista puede llegar.

En Francia lo llamaban “la versión masculina de Brigitte Bardot” y también “la mayor contribución de Europa a la belleza universal luego del David de Miguel Angel”.

Los de mi generación recordamos su especial amistad con Monzón, no sólo como su admirador sino como su productor de boxeo y los dos viajes de Delon a Buenos Aires. El segundo lo hizo para visitarlo en la cárcel, en la Unidad Penitenciaria de Las Flores ( 1983), tras la muerte de Alicia Muñiz. Dijo de él: “Los dos vinimos de abajo, los dos fuimos muy pobres, y los dos llegamos a ser estrellas”.

Sí, Delon lo tuvo todo y, en su final, a las 88 años, parecía no tener nada. Cuando envejeció y se enfermó confesó que lo había vivido todo, que nada le interesaba ya y que sólo deseaba morir. Había pedido, incluso, una muerte asistida.

El día en que me enteré de su partida fue como si hubiese muerto un familiar querido o un habitué de mi casa. Como si en el mundo estuviera ocurriendo una injusticia más. Luego vi que esa reacción no sólo era mía, sino también la de amigas, conocidas, vecinas. Y no sólo en la Argentina, sino en Europa toda, y en toda América. Me puse a pensar en ese fenómeno que ya revestía un carácter tan global. Alain Delon representaba mucho más que un actor versátil, el héroe de esas fabulosas películas filmadas por grandes directores que nos acompañaron a lo largo de los años. Era mucho más que un hombre pintón que seducía desde el vamos; mucho más que la encarnación de un Ceniciento que, desde la nada, lo logró todo.

En nuestro mundo actual, sembrado de guerras, de crueldades y miserias extremas, de mentiras e hipocresías, donde lo feo y lo revulsivo están de moda y donde ahora se están imponiendo los robots, lo falso, lo artificial, Delon era, con su porte y su talento, la representación de algo ansiado y genuino: la belleza. Y como escribiera María Zambrano, “la belleza y el arte tienen una función medicinal”. Son sanadores y bienhechores. Calmantes y regeneradores. Nos endulzan la vida.

Venerado, idolatrado, deseado por mujeres -y varones- Delon fue la imagen de nuestro superhéroe, de nuestro ideal masculino. Una especie de oasis en el desierto, una gema en medio del pedregullo.

Por eso, hoy, sus viudas somos todos.



Delon y el siglo XX

Nancy Giampaolo

Periodista, guionista y docente

23-08-2024 23:55

DIARIO PERFIL (ARGENTINA)

"No soy Juan Pérez, es cierto”, concede, después de renegar, Alain Delon a un periodista televisivo que insiste con marcarle que su aspecto es único, que con esa cara no se vive igual que los demás, que la belleza es una llave maestra que abre todas las puertas. Estamos en la década de los 90. Hace poco, protagonizó Nouvelle Vague, de Godard. Ya no tiene la cara que el periodista pondera, pero sigue siendo el gran actor de siempre. Nada hace pensar que, tres décadas más tarde, como Godard, Delon va a pedir la muerte.


Las noticias de su vejez tuvieron, predominantemente, un tenor distinto: posesión ilegal de armas, declaraciones fascistas, etc. Sin embargo, es difícil imaginarlo afectado por la prensa, su biografía es la de los flashes continuos del reconocimiento masivo, y también la de episodios repudiables que lo acostumbraron al acoso mediático; desde la apología a la violencia de género, hasta no reconocer al hijo que tuvo con Nico.


Como Godard, Delon es inescindible de su tiempo y espacio, no hubiese sido viable la existencia de dos íconos como ellos en contextos diferentes. Así como ya no hay capacidad ni interés en hacer películas como Una mujer es una mujer o Vivir su vida, la posibilidad de monopolizar la representación de la idea de belleza en la medida de Delon es inverosímil. Nuestra era, fascinada con lo artificial, la segmentación cultural y la falsa popularidad, no lo permite. Su muerte, como la de Godard, es otro paso en el desvanecimiento de una época que parecía eterna. Con su partida, la segunda mitad del siglo XX, con sus brutalidades y saberes, su estupidez y su magia, se hizo más remota e inasible.



INFOBAE 18 DE AGOSTO DE 2024


Quién fue Alain Delon, el “James Dean francés” que irrumpió en el cine y nunca encontró la felicidad
“Sólo me faltó hacer el papel de Cristo. Ahora ya es un poco tarde”, declaró al final de su carrera. Casi 100 películas componen su filmografía, trabajó junto a los mejores directores y robó miles de corazones
Delon fue considerado uno de los galanes más reconocidos del siglo XX (Gettyimages)
Alain Delon, fallecido este domingo a los 88 años, fue el actor francés más carismático y famoso de la historia del cine, con un aura oscura de lobo solitario que lo persiguió hasta el final. “Me gusta que me amen como yo me amo a mí”. Para este hombre que hablaba de sí en tercera persona, todo lo que emprendía sólo podía hacerse desmesuradamente. Un estilo que al final de su vida lo persiguió, entre querellas familiares, declaraciones contradictorias y polémicas sobre su carrera y las mujeres.

Príncipe apuesto o gánster indomable, Delon actuó para varios de los mejores realizadores del séptimo arte y su poder de atracción tal vez sólo haya sido igualado en la historia del cine por Rodolfo Valentino. Otros vieron en él a una versión francesa de James Dean. Fue el hombre ideal de muchas mujeres y el compañero durante un tiempo de bellezas como Romy Schneider, Claudia Cardinale, Simone Signoret o Mireille Darc.

Actor minucioso frente a la cámara, Alain Delon pasará a la posteridad por un magnetismo comparable al que Marilyn Monroe o Brigitte Bardot tuvieron sobre los hombres. Pese a los miles de corazones que robó a lo largo de su trayectoria, la muerte lo encontró solo. “No digo que no haya candidatas. Hay diez, pero ninguna de ellas me conviene para acabar mi vida”, sentenció durante una entrevista que brindó al semanario Paris Match en 2018. Seis años más tarde, no consiguió cambiar esa postura.

Sin dudas, el tiempo transformó el rostro y plateó la cabellera de la fiera solitaria. Acentuó su pose de misántropo desde donde saboreaba la gloria, antes de que ésta lo terminase hartando porque coartaba su libertad. “Estaba programado para el éxito, no para la felicidad. Son dos cosas incompatibles”, dijo en una ocasión. Si bien supo brillar en al menos unas 90 películas, para el final de su carrera apuntó: “Sólo me faltó hacer el papel de Cristo. Ahora ya es un poco tarde”.

Luego de varias complicaciones en su salud, la estrella partió a sus 88 años
Sin embargo, en sus últimos años de vida ya había perdido el gusto por ella. “La vida me importa poco. Lo he visto todo. Pero sobre todo, odio esta época, me da ganas de vomitar”, confesó la estrella, quien tampoco dudo en admitir que, bajo su punto de vista, no había hecho nada trascendental. “Yo no he hecho nada. Dejé la escuela a los 14 años (…) Soy una personalidad fuerte que metieron en el cine. Y puedo decir, sin falsa modestia, que lo logré”, reflexionó.

Finalmente, la muerte lo encontró en su residencia en Douchy, en el centro de Francia. La noticia fue anunciada por sus tres hijos, Alain Fabien, Anouchka y Anthony Delon, quienes emitieron un comunicado en el que expresaron su profundo pesar por la pérdida de su padre. “Alain Fabien, Anouchka, Anthony y (su perro) Loubo anuncian con profundo pesar el fallecimiento de su padre. Murió en paz en su casa de Douchy, rodeado de sus tres hijos y su familia”, señala el comunicado.

La mención a su mascota no fue hecha al azar, debido a que en otras oportunidades el actor reveló que le gustaría ser enterrado junto a sus perros en la Capilla del legendario chateau que compró en 1971 y donde ya tiene un lugar reservado para este día. Si hay otra certeza que ha dejado Delon antes de partir fue que llevaba tiempo esperando este momento, ya que casi todo el entorno con el que supo trabajar ya estaba muerto. “Sé que dejaré este mundo sin lamentarlo”, expresó hace algunos años al mostrar su desprecio a los tiempos modernos que corren en el mundo.

El actor reveló en vida que deseaba compartir su lecho de muerte con sus mascotas
Bajo el ala de Visconti
Nacido el 8 de noviembre de 1935 en Sceaux, cerca de París, Delon tuvo una infancia inestable tras el divorcio de sus padres, seguida de cuatro años de guerra en Indochina como infante de marina. De regreso en París, multiplicó empleos ocasionales en una zona del mercado central de la capital frecuentada por proxenetas, prostitutas, homosexuales y maleantes. “He tenido muchos contactos con el gangsterismo, hasta lo rocé con los dedos”, confesaba en 2021. Pero “siempre preferí los policías”.

Su recia elegancia, mirada azul y “rostro de ángel” -uno de sus apodos- no pasaban inadvertidos en el distinguido barrio parisino de Saint-Germain-des-Près que comenzó a frecuentar. El cineasta Jean-Claude Brialy cayó bajo aquel encanto y lo invitó al Festival de Cannes. Otros de los directores que tuvieron la posibilidad de trabajar con él fueron Melville, Visconti, Antonioni, Losey, Godard y Malle.

En 1957 debutó en la pantalla en “Quand la femme s’en mêle”, de Yves Allégret, antes de convertirse en intérprete de uno de los más grandes, Luchino Visconti. El director italiano será el verdadero pigmalión del joven actor, cuya inteligencia y potencial supo detectar y desarrollar.

“Rocco y sus hermanos” y “El gatopardo” serán dos cumbres en la carrera de Delon. En Italia, actúa en “El eclipse” (Michelangelo Antonioni) antes de componer papeles memorables para Jean-Pierre Melville en “El círculo rojo” y “Le Samurai (El silencio de un hombre)”.

En el teatro, se le vio en “Lástima que sea una p...”, puesta en escena por Visconti. La coprotagonista se llamaba Romy Schneider y fue el principio de una larga relación con la joven actriz austríaca.

Con “Borsalino”, de Jacques Deray, alcanzó en 1974 uno de los triunfos más grandes de su carrera junto a Jean-Paul Belmondo, al que despidió, conmovido, el 10 de septiembre de 2021, cuando se celebró el funeral de este otro monstruo del cine francés.

Algunos realizadores exploraron con éxito sus facetas más complejas. Tal como Joseph Losey, para quien supo encarnar al enigmático protagonista de “El otro señor Klein” (1976) y Volker Schloendorff lo convirtió en barón de Charlus, el inasible aristócrata homosexual de “Un amor de Swann” (1984), adaptación de la obra de Proust.








PALABRA PÚBLICA
UNIVERSIDAD DE CHILE
23/08/2024

El misterio Delon

A pesar de su fama mundial, de ser uno de los grandes sex symbols del siglo XX y de actuar en películas de cineastas legendarios como Visconti, Mellville o Antonioni, Alain Delon siempre se consideró un marginal, un outsider que empatizaba con los antihéroes melancólicos y atormentados que solía interpretar. Aunque su belleza lo condenó eternamente a las páginas de farándula, su muerte —ocurrida el 18 de agosto pasado— nos recuerda que, detrás de las polémicas y más allá de los adjetivos para describir su físico, lo que quedan son sus películas.

Por Yenny Cáceres

“Vamos, lánzate, muévete”. Esas fueron las palabras de René Clément, director de A pleno sol (1960), a Alain Delon. Quizá otro director hubiera cortado la escena, pero Clément la dejó para la posteridad. No pasa mucho. En apariencia, nada que tenga que ver con la historia que nos están contando, la primera adaptación al cine de la novela El talento de Mr. Ripley, de Patricia Highsmith. No pasa mucho, pero, de una manera sutil, pasa de todo.

Delon, en la piel de Tom Ripley, deambula por un mercado de pescados en un pueblo italiano. Lleva la camina blanca abierta, la chaqueta en una mano y en la otra, un cigarro. Conversa con los pescadores, saborea un bocado que le ofrecen. Casi al final, tiene el pelo desordenado y el ceño fruncido, la mirada felina y uno ojos azules, demoníacos, que parecen lanzar destellos. La música de Nino Rota es el eco de una nostalgia atávica, que no logramos descifrar, como también nos resulta incomprensible ver tanta belleza reunida en un solo hombre.

Son casi dos minutos de cine puro, de un homenaje a Delon en vida y cuando apenas tenía 25 años.

Delon ha muerto, pero el misterio Delon nos persigue. 90 películas y 62 años de carrera no son suficientes para explicar el magnetismo de su figura. Estrella del cine europeo, un “monumento francés” como lo definió el presidente Emmanuel Macron, pero también un hombre de otra época. Gaullista, amigo de Jean-Marie Le Pen —el padre de la extrema derecha francesa—, y homofóbico. Su vida personal, con romances y polémicas varias, siempre estuvo bajo los focos. Hacia el final, las peleas entre sus hijos coparon las portadas, al igual que su amor por los animales. Pidió ser enterrado en su casa, junto a los 45 perros que tuvo durante toda su vida.

Su muerte, a los 88 años, marca el fin de una época, de la que Delon fue testigo y protagonista. Era condenadamente guapo, pero también era un actorazo. Eso es lo perturbador de Delon. Trabajó con algunos de los más grandes cineastas: Luchino Visconti, Michelangelo Antonioni, Jean-Pierre Melville, Clément, Joseph Losey. Detrás de las polémicas y más allá de los adjetivos para describir su físico prodigioso, lo que quedan son sus películas. Y qué películas.

Bastaría su rol en A pleno sol para entrar a la historia del cine. Su Tom Ripley se siente fresco, pero también concentra esa fascinante ambigüedad del personaje, aún vigente, como lo prueba el reciente éxito de Ripley, la serie de Netflix, con Andrew Scott como protagonista. Todo un mérito para alguien que recién estaba empezando su carrera y que, como le gustaba recordar a Delon, era un actor por accidente.

“Yo caí en el cine. Yo he puesto mi naturaleza y mi personalidad al servicio del cine. Yo podría haber sido deportista o cualquier otra cosa muy diferente”, dijo Delon a Cahiers du cinéma en 1996, cuando la Cinemateca francesa le dedicó una retrospectiva. Era la primera vez que la mítica revista francesa lo entrevistaba. Fue una conversación franca, de tres horas, en que solo se habló de cine y en que Alain Delon, la estrella, quedó en un segundo plano, para dar paso a Delon, el actor a secas. Sobre esa retrospectiva, dijo una frase que hoy resuena al revisar su legado: “Yo he precisado que se trata de un homenaje a mi carrera, no a mí”.

Nunca superó la temprana separación de sus padres, cuando tenía cuatro años. Fue una infancia solitaria, que forjaría su carácter y sus futuros papeles en el cine. Cuando tenía 17 años, para escapar de su familia, se alistó en el ejército. Ese paso por Indochina, según Delon, le enseñó todo en la vida. A diferencia de Jean-Paul Belmondo, su compañero de generación y némesis, que se formó en el Conservatorio de Arte Dramático de París, Delon no tenía estudios formales.

Bromeaba cuando recordaba su primera incursión haciendo teatro, bajo la dirección de Visconti, a inicios de los 60, junto a consagrados del teatro francés, y Romy Schneider, nacida en una familia de actores de teatro. “Yo venía del ejército, y antes, de la charcutería de mi padrastro”, decía Delon, que por su larga trayectoria recibió una Palma de Oro (2019) en Cannes y un Oso de Oro en la Berlinale (1996).

Es un actor que se forja en terreno, frente a las cámaras y la mirada atenta de René Clément, a quien Delon consideraba su maestro y un gran director de actores: “Clément dirigía a sus actores de la misma manera que [el director de orquesta Herbert von] Karajan a sus músicos: los paraba, los hacía volver a empezar, un poco más, un poco menos… Clément me decía: lo que amo de ti, es que llenas los espacios”.

En El eclipse (1962), de Michelangelo Antonioni, Delon despliega esa asombrosa manera de habitar los espacios. En la escena de la Bolsa, en Roma, es uno más entre los frenéticos corredores de bolsa. Junto a Monica Vitti forman una pareja lanzada a una aventura existencial, en que la arquitectura y, justamente los espacios, refuerzan esta crisis del hombre moderno.

Pero es Visconti quien aprovecha al máximo el potencial del actor francés. Si en Rocco y sus hermanos (1960) vemos su deslumbramiento ante este talento en bruto, en El gatopardo (1963) construye un fresco político y de época en que Delon es una pieza clave. Un engranaje en que todo es un desborde de sensualidad, desde la dirección de arte hasta la música y, por supuesto, el Tancredi de Delon, acompañado por Claudia Cardinale. “En El gatopardo, cada plano fue compuesto como una pintura, hasta el más pequeño detalle”, contaba Delon.

En El samurái (1967), Delon encuentra el papel de su vida. El cineasta Jean-Pierre Melville escribe el guion pensando en él, y no se equivoca. En este asesino a sueldo, solitario y taciturno, vestido pulcramente de impermeable y sombrero, Delon descubre su álter ego. “Siempre he sido un solitario, consciente o inconscientemente. Melville y otros lo han comprendido, es por eso que los represento en las películas”, decía el actor. Venerada por cineastas como John Woo y Tarantino, El samurái reinventa el género policial y cimenta, al mismo tiempo, el misterio Delon.

Esa misma aura atraviesa otro de sus papeles más elogiados, El otro Sr. Klein (1976), de Losey, en que además fue productor. Ambientada durante el París de la ocupación nazi, Delon es un coleccionista de arte que se ve envuelto en una intriga kafkiana, donde aparece la figura del doble, otra constante de su carrera. Una de las mayores decepciones, como confiesa en su entrevista a Cahiers en 1996, fue no haber ganado el premio a Mejor Actor en Cannes por esta película.

Es curioso que una estrella como Delon se considerara un marginal dentro del cine francés y que empatizara tanto con los personajes de sus películas, antihéroes melancólicos y atormentados. Quizá porque fue uno de los pocos que no hizo películas con los cineastas de la Nouvelle Vague, en la década del 60, en los mismos años en que comenzaba su carrera fulminante. La leyenda cuenta que Truffaut le tenía miedo y con Godard la revancha llegaría recién en 1990, cuando lo recluta, irónicamente, para la película Nouvelle Vague.

Volvemos al origen. A esa escena en el mercado de A pleno sol. De pronto, surge una revelación. Alain Delon no lo sabe, Clemént sí lo sabía, y ahora lo sabemos nosotros, que escuchamos conmovidos a Nino Rota y advertimos que esa caminata en Italia, con ese rostro inundado de erotismo y muerte, es también una caminata hacia la eternidad.






Cine Tele Revue du 30 Août au 5 Septembre 2024







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